
En Colombia, el 51% de los estudiantes evaluados no entienden correctamente lo que leen. Esto es solo un reflejo de una realidad aún más preocupante: la mitad de nuestros jóvenes no alcanzan las competencias básicas esperadas para matemáticas, ciencias y lectura. ¿Cómo podemos permitir que este porcentaje de niños, niñas y adolescentes no accedan al derecho fundamental de una educación de calidad?
El informe reciente de EducaPaz nos presenta una radiografía dolorosa de nuestra educación, pero también nos invita a la reflexión y acción. La falta de atención socioemocional, la violencia y la desconexión entre el sistema educativo y las necesidades de los estudiantes son factores determinantes que explican por qué tantos de nuestros niños abandonan las aulas.
La violencia y la educación están profundamente conectadas. Según el informe de Medicina Legal, el 95% de las víctimas de homicidio en Colombia solo alcanzaron el bachillerato. En contraste, quienes tienen una educación universitaria representan menos del 1% de las víctimas de violencia interpersonal. Es evidente que la educación no solo forma a los jóvenes académicamente, sino que también juega un papel esencial en la construcción de una sociedad más pacífica y equitativa.
Pero el problema no es solo la falta de educación en sí misma. En Colombia, el 33% de la población vive en pobreza monetaria y el 11% en pobreza extrema. Y esta realidad impacta directamente en el acceso y la calidad educativa. Las cifras del DANE y Fedesarrollo nos dicen que la mitad de los niños que inician la educación primaria no la culminan con éxito. En un país donde 12 años de educación son el mínimo necesario para salir de la pobreza, ¿cómo podemos permitir que millones de niños y niñas se queden atrás?
La educación para la paz es una de las apuestas más importantes para cerrar estas brechas. Un ejemplo de ello es la labor de la comunidad en Tanguí, Chocó, donde los docentes, las familias y los estudiantes han trabajado juntos para garantizar el acceso a la educación, incluso en contextos de violencia y desplazamiento. Aquí, los niños no solo reciben clases, sino que también aprenden a crear proyectos de vida que los alejan de la violencia.
El bienestar emocional de los estudiantes es crucial. Según los datos de PISA, solo el 24% de los estudiantes colombianos afirmaron que alguien en su escuela les preguntaba cómo se sentían. Un porcentaje alarmante se siente solo en la escuela, inseguro en su camino hacia allí y, lo peor de todo, un porcentaje significativo enfrenta acoso escolar de manera regular. Sin el apoyo emocional necesario, es imposible que nuestros estudiantes tengan éxito académico. La escuela debe ser un espacio donde los estudiantes no solo aprendan a leer, escribir y hacer cálculos, sino también a manejar sus emociones, a sentir que tienen un futuro y que su vida vale la pena.
Lo que se necesita no es solo un cambio en la infraestructura educativa, sino un cambio en la visión de la educación. Necesitamos que las políticas educativas en Colombia estén alineadas con las realidades sociales y territoriales del país. Necesitamos más que nunca una educación accesible, aceptable y adaptable que permita a todos los niños, sin importar su origen, acceder a un futuro mejor.
La deserción escolar es una de las causas más profundas de la violencia. En regiones afectadas por el conflicto armado, las tasas de repetición y deserción escolar son aún más altas, con los niños y adolescentes víctimas de la violencia siendo los más afectados. La educación es la mejor herramienta para desnaturalizar la violencia y construir un país en paz.
Es fundamental que como sociedad asumamos la responsabilidad compartida de garantizar una educación de calidad para todos los niños y niñas, especialmente aquellos que más lo necesitan. La educación es la única herramienta efectiva para cerrar las brechas sociales y económicas, para generar movilidad social y garantizar que los niños de hoy se conviertan en los líderes del mañana.
Necesitamos tomar decisiones basadas en evidencia, priorizar el bienestar de los estudiantes y dignificar la labor de los docentes. Solo con un sistema educativo fuerte y justo, podremos garantizar que todos los niños de Colombia tengan la oportunidad de cumplir sus sueños y contribuir a la construcción de una sociedad más equitativa, pacífica y próspera.
La educación no puede esperar. Es hora de actuar.