Hay frases que se repiten tanto que terminan siendo peligrosas. Una de ellas es: “es que está pasando por un mal momento”. La escuchamos cuando un niño agrede a otro, cuando un joven falta al respeto, incluso cuando un adulto comete un delito. Y lo más grave: a veces lo escuchamos cuando hay abusos que jamás deberían tener excusa.
He aprendido que los contextos influyen, sí, pero no determinan. Y mucho menos justifican el daño que se hace a un niño o niña. El dolor no se borra con explicaciones. Y la justicia no debería quedarse esperando a que “todo mejore en casa”.
El caso reciente de una niña de 10 años, víctima de abuso sexual en Bogotá, me sacudió el alma. Fue valiente. Habló. Le contó a su mamá lo que pasaba. Y mientras la denuncia avanza, el silencio de algunos adultos grita más fuerte que el dolor de esa niña. ¿Dónde estaban quienes sabían y no dijeron nada? ¿Dónde están los responsables del cuidado? ¿Por qué tantas instituciones siguen llegando tarde?
A veces, lo que más daño hace no es el acto violento en sí, sino la forma en que lo enfrentamos: con evasivas, con excusas, con esa costumbre terrible de poner todo en manos del “es que…”. “Es que nos separamos”, “es que la situación económica”, “es que siempre ha sido así”. Y mientras tanto, la infancia se nos va llenando de cicatrices invisibles.
Yo no estoy diciendo que no existan problemas. Claro que los hay. Las familias tienen crisis, las escuelas están desbordadas, el Estado muchas veces está ausente. Pero esos problemas deben ser resueltos con responsabilidad, no usados como escudo para justificar lo injustificable.
Uno no deja de ser responsable por tener un mal día. Y eso aplica también para los adultos. Si un niño crece pensando que todo se puede explicar con una excusa, crecerá sin entender los límites, sin asumir consecuencias, sin pedir perdón, sin reparar el daño. No podemos seguir criando personas que nunca se equivocan, porque eso también es una forma de violencia.
Y a los padres y madres les hago un llamado desde el respeto, pero también desde la firmeza: no le digan a sus hijos que todo está mal en casa. No los llenen de justificaciones para lo que no debe pasar. Los niños no necesitan excusas, necesitan estabilidad, amor, coherencia y adultos que los protejan, incluso de sí mismos.
La justicia comienza en la casa. La ética no es solo una materia, es una práctica diaria. Y la protección no es solo un discurso bonito en redes sociales, es una acción valiente y constante.
Hoy más que nunca, la infancia necesita adultos que digan la verdad, que hablen cuando hay que hablar, que denuncien cuando algo está mal. Que no se escuden en los problemas para justificar sus ausencias.
No se trata de buscar culpables por buscar. Se trata de asumir que hay cosas que, simplemente, no se justifican. Ni por pobreza, ni por tristeza, ni por pasado difícil. Un abuso es un crimen. Y punto.
El día que todos tengamos claro eso, tal vez esa niña de diez años no tenga que ser valiente para contar su dolor. Tal vez simplemente pueda vivir su niñez en paz.