martes, 24 de junio del 2025

No todo lo que “siente” un niño está bien

Por: Juan Pablo Manjarres

Estaba sentado en una cafetería, comiéndome una arepa, cuando presencié algo que todavía no logra sorprenderme. En la mesa de al lado, un niño de unos siete años, sin ninguna señal visible de discapacidad ni condición especial, le exigió a su madre una gaseosa. Ella, con calma, le dijo que no. Y él, sin dudarlo, le pegó una cachetada. Sí, así, sin filtros ni remordimientos. El padre, a su lado, bajó la mirada, incómodo, pero sin mover un dedo.

Y entonces me hice la pregunta que no puedo callar: ¿qué clase de infancia estamos criando?

Vivo entre niños, escucho sus preguntas, sus rabietas, sus miedos y sus sueños. Y por eso hablo con algo de propiedad: los niños no son tiranos en potencia, pero sí pueden convertirse en uno cuando no hay adultos que ejerzan su rol. Y sí, educar con amor es fundamental. Pero amor sin límites no es educación, es abandono emocional disfrazado de libertad.

Hay una idea peligrosa que se ha metido en algunas familias modernas: creer que todo lo que el niño siente es válido. Que, si el niño grita, está “expresándose”. Que, si pega, “está en una etapa”. Que, si falta al respeto, “es que está aprendiendo a poner límites”. No confundamos el desarrollo emocional con el libertinaje conductual. Un niño no necesita que todo le sea permitido. Necesita adultos que le enseñen lo que sí y lo que no, incluso cuando no le guste.

En el afán por no repetir los errores de una crianza violenta, muchos se han ido al otro extremo: una crianza sin carácter. Y eso también es una forma de violencia. Una violencia que se ve menos, pero se siente más cuando ese niño llega al colegio creyendo que puede gritarle a su profesora, burlarse de sus compañeros o imponer su voluntad a punta de berrinche. La ausencia de límites no libera: desorienta.

¿Y qué hacemos los maestros ante esto? Muchas veces, lo que los padres no corrigen, nos toca contenerlo en el aula. Y no hablo solo de comportamientos, hablo de lo que está detrás: niños con miedo al “no”, con alergia a la frustración, con rabia cuando no se les da la razón. Esos niños no son malos. Están solos. Mal guiados. Educados bajo la idea errada de que todo se negocia y todo se justifica.

No, padres: no todo se negocia. No todo se justifica. Y no todo “es parte del proceso”. Los niños necesitan afecto, sí. Pero también necesitan coherencia. Necesitan límites tan claros como el amor que les damos. Necesitan escuchar “no”, entenderlo, y aprender a tolerarlo sin agredir ni manipular. Necesitan ver que los adultos no somos amigos pasivos, sino figuras de referencia emocional, ética y moral.

Tener carácter no es gritar. Tener carácter es sostener la mirada y decir con firmeza: “eso no se hace”, incluso cuando nos duela o cuando implique corregir lo que nosotros mismos hemos permitido.

No estamos criando muñecos de cristal, pero tampoco soldados de piedra. Estamos formando personas. Y en ese proceso, no educar es tan dañino como maltratar. No poner límites es tan destructivo como imponerlos con violencia. Y lo más grave: normalizar la agresión “porque es un niño” solo perpetúa la violencia, esa que tanto decimos querer erradicar.

Así que, si usted quiere educar con amor, hágalo. Pero que ese amor no sea cobardía disfrazada de ternura. Sea valiente. Enseñe a respetar. Enseñe a perder. Enseñe a frustrarse. Y, sobre todo, no se rinda por miedo a que su hijo llore. Críe con empatía, pero también con estructura. Porque cuando usted no pone límites, el mundo lo hará… y será mucho más duro.

Tags:

Noticias relacionadas: