
Cada diciembre, las luces de la pólvora iluminan los cielos, pero también oscurecen las vidas. Las cifras son innegables: solo en lo que va del mes, 90 personas han resultado quemadas con pólvora, 33 de ellas menores de edad. Aunque estas cifras representan una reducción del 51,9 % respecto al año pasado, cada caso sigue siendo una tragedia evitable. Detrás de cada número hay una historia de dolor, una familia rota y un niño que pierde no solo una parte de su cuerpo, sino también una parte de su infancia.
No hay que ignorar el impacto devastador que esta práctica tiene en nuestra sociedad. Las lesiones por pólvora no son solo físicas: los traumas psicológicos pueden durar toda una vida, tanto para las víctimas como para sus familias. ¿Cómo podemos justificar, en nombre de la tradición, el sufrimiento de los más vulnerables?
Las autoridades han implementado medidas como multas de hasta cinco salarios mínimos para padres irresponsables, e incluso la suspensión de la patria potestad en casos graves. Sin embargo, estas sanciones llegan demasiado tarde, cuando el daño ya está hecho. La verdadera solución está en la prevención: educar, sensibilizar y actuar colectivamente para erradicar esta práctica.
El caso de los animales no es menos impactante. Durante las festividades, muchos sufren ataques de pánico, lesiones e incluso la muerte a causa de las explosiones. ¿Es realmente necesario causar tanto sufrimiento para celebrar? ¿Acaso no existen otras formas de disfrutar las festividades sin comprometer la seguridad y la dignidad de quienes nos rodean?
Además, el impacto ambiental de la pólvora es alarmante. Los químicos liberados contaminan el aire y los cuerpos de agua, afectando no solo a los seres humanos, sino también a los ecosistemas que sustentan nuestra vida. Cada explosión es un recordatorio de cuánto daño le hacemos al planeta que deberíamos proteger.
Este año, el mensaje es claro: “La pólvora no es un juego de niños, ni una herramienta para adultos irresponsables”.Celebrar no debería ser sinónimo de poner vidas en riesgo. No se trata de apagar las luces de diciembre, sino de encontrar formas más seguras, creativas y responsables de iluminarlas.
Padres, cuiden a sus hijos; líderes, refuercen las campañas educativas; ciudadanos, denuncian la venta ilegal de pólvora. El cambio comienza con cada uno de nosotros. Porque cada niño protegido, cada vida salvada, es un sueño que sigue brillando.