
Por : Juan Pablo Manjarres Varón
Últimamente veo más docentes en TikTok que en los salones de clase. Y no, no tengo nada en contra de las redes sociales. También consumo y creo contenido, también entiendo que pueden ser herramientas de conexión, y hasta de aprendizaje. Pero hay algo que me preocupa y que no quiero callar: pareciera que ser docente ahora se mide por la cantidad de likes, por las coreografías frente a la pizarra o por los videos de quejas virales. Y mientras tanto, el aula -la verdadera trinchera de esta profesión- se queda sola, desatendida y cada vez más olvidada.
Todos los días un profe convive con realidades que no aparecen en las redes. Niños que llegan sin desayunar, niñas que cargan en la espalda responsabilidades que no les corresponden, familias que hacen milagros para que sus hijos estudien. Y en medio de todo eso, ahí estamos nosotros, los docentes. Pero no todos con la misma actitud.
Veo compañeros que en internet se autoproclaman “el profe del año”, “el más cool”, “el que revoluciona la educación”, pero en el aula no escuchan, no conectan, no transforman. Veo otros que en redes se quejan todo el tiempo de lo duro que es ser maestro -y sí, lo es-, pero cuando llega el momento de actuar, de proponer, de formar, también hacen parte del problema. Enseñan con desdén, corrigen con rabia, repiten fórmulas sin alma. Y ahí es donde me cuestiono: ¿a quién estamos educando realmente?, ¿a los estudiantes o a nuestro ego?
No digo que no se proteste. Claro que sí. Hay que alzar la voz por mejores condiciones, por respeto, por dignidad. Pero si vas a salir a marchar contra el sistema, pregúntate primero si no lo estás alimentando desde tu propia aula. Porque la protesta sin coherencia se convierte en performance. Y el discurso sin práctica se queda en slogan. La verdadera transformación empieza en el salón de clases, no en el algoritmo.
No necesitamos un gremio perfecto. Necesitamos un gremio honesto. Que reconozca sus límites, pero también sus responsabilidades. Que abrace las redes, sí, pero que no abandone la mente del estudiante. Que se emocione por los aplausos virtuales, pero no olvide que el verdadero reconocimiento está en la mirada de un niño que aprendió algo gracias a ti.
Ser docente es un acto político, no de partido, sino de vida. Cada vez que un profesor entra al aula con vocación, está diciéndole al país que sí se puede cambiar. Cada vez que alguien enseña con respeto, con entrega, con ganas reales de sembrar, está haciendo más por Colombia que mil discursos.
La mejor calle para protestar se llama aula. El mejor cartel es una clase bien pensada. Y la mejor consigna, la que se queda en el corazón de un estudiante cuando entiende que vale, que puede, que merece.
Si vas a ser docente, sélo de verdad. No para posar, no para viralizarte. Sé maestro porque crees en la educación como derecho, como acto de amor y como motor de cambio. Que cuando alguien te vea, no diga: “ese es el profe famoso de TikTok”, sino “ese fue el profe que me cambió la vida”.