Nos han dicho toda la vida que los monstruos no existen, que son solo sombras en la oscuridad, cuentos para asustar a los niños. Pero, ¿y si hemos estado equivocados todo este tiempo? La realidad es que los monstruos sí existen. No llevan garras ni colmillos, no se esconden en armarios ni debajo de la cama… A veces, incluso les abrimos la puerta sin darnos cuenta.
Hace poco, una niñera en Kansas descubrió a un hombre oculto bajo la cama del niño que cuidaba. No era un personaje de pesadilla, sino un depredador de carne y hueso. Un hombre con antecedentes violentos y una orden de alejamiento que, si no hubiera sido descubierto a tiempo, quién sabe qué habría hecho. Y lo más inquietante es que el niño ya lo había sentido antes. Lo sospechaba. Lo sabía.
Aquí surge la pregunta: ¿Debemos creer siempre en lo que dicen los niños?
La respuesta no es sencilla. He aprendido que los niños pueden ser los testigos más sinceros y, a la vez, los más impredecibles. He visto cómo su intuición les permite detectar peligros que los adultos ignoramos, pero también he presenciado cómo pueden exagerar, confundir o incluso tergiversar situaciones sin mala intención.
Ese es el dilema: ignorarlos sería un error imperdonable, pero dar por cierta cada palabra sin cuestionar también puede ser un desastre. En el caso de Kansas, el niño tenía razón: el monstruo era real. Pero hay historias donde la percepción infantil ha condenado injustamente a personas inocentes.
Entonces, ¿cómo encontramos el equilibrio? Escuchar con atención, pero también con inteligencia. Creer, pero verificar. Porque los monstruos existen, sí, pero a veces también los creamos nosotros mismos con juicios precipitados.
Los verdaderos monstruos no siempre acechan en la oscuridad. A veces están más cerca de lo que imaginamos, camuflados entre la gente común. Y nuestra tarea no es solo proteger a los niños, sino enseñarles a distinguir entre el miedo imaginario y el peligro real. Porque en un mundo donde los monstruos pueden ser cualquiera, el conocimiento y la prudencia son nuestras mejores armas.