08 de agosto de 2025

Los niños sí quieren una familia, pero no como la que han visto

Desde siempre nos han dicho que la familia es el pilar de la sociedad. El refugio seguro, el lugar de amor incondicional, la base de todo. Entonces, ¿por qué cada vez más niños y jóvenes rechazan la idea de formar una? ¿Por qué cuando les preguntamos sobre su futuro, muchos responden con frases como “yo no quiero casarme”, “no pienso tener hijos” o incluso “la familia solo trae problemas”?

La respuesta es simple y, al mismo tiempo, devastadora: porque lo que han visto en casa no les da razones para creer en la familia.

Es un error pensar que los niños han perdido el interés en formar un hogar. Claro que sueñan con tener una familia. Lo vemos en sus juegos desde pequeños. En las aulas y parques, todavía juegan a la casita, al papá y la mamá, a cuidar a sus muñecos como si fueran bebés. La diferencia es que juegos esos ya no son una fantasía de amor y protección, sino un reflejo de lo que han vivido en casa.

Ahora, cuando juegan, el “papá” y la “mamá” pelean. Se gritan. Se abandonan. Se engañan. Los niños imitan lo que ven, y lo que han visto es que la familia puede ser sinónimo de sufrimiento. Así, el hogar deja de ser un sueño y se convierte en una pesadilla de la que prefieren alejarse.

Y no es solo una percepción. Los datos lo confirman. La tasa de natalidad en Colombia ha caído un 17% en la última década. El 40% de los jóvenes entre 18 y 30 años prefieren no tener hijos porque no quieren repetir los errores de sus padres. Los matrimonios han disminuido en un 30% y los divorcios han aumentado en un 43% en los últimos 10 años.

No es que los niños de hoy no quieran una familia. Es que han crecido viendo que tener una familia puede significar dolor, abandono y traición. ¿Cómo esperar que sueñen con algo que ha sido su mayor fuente de sufrimiento?

A muchos les gusta culpar a la modernidad, a la “pérdida de valores”, a la tecnología, al feminismo, al machismo. Pero seamos honestos: los niños no dejaron de creer en la familia porque haya más divorcios, sino porque los matrimonios que vieron eran infelices.

Crecieron viendo a sus padres pelear más de lo que se amaban. Vieron a sus madres normalizar el maltrato y a sus padres estar presentes solo económicamente -y eso-. Sintieron que su presencia era una carga, no una bendición. No es que rechacen la familia. Es que no quieren repetir una historia que les causó dolor.

Aquí no se trata de señalar con el dedo ni de satanizar a quienes deciden separarse. Porque no es el divorcio lo que destruye la idea de familia, sino la falta de amor y respeto dentro de ella.

El problema es que muchos adultos olvidaron que tener hijos no es solo traerlos al mundo, sino criarlos con amor, enseñar con el ejemplo y demostrar que una familia puede ser un lugar de paz, no de guerra.

Cuando un niño crece en un hogar donde sus padres se respetan, donde el amor es visible y donde hay estabilidad emocional, no crece con miedo a formar una familia. Pero cuando su infancia está llena de gritos, traiciones y abandono, lo lógico es que huya de esa idea.

Entonces, ¿cómo esperamos que los niños creen en la familia si nunca les mostramos una que realmente funcione?

La solución no es decirles a los jóvenes “tengan hijos porque el país se está quedando sin población”, ni presionarlos con discursos de “el matrimonio es para siempre”. La solución está en demostrar, con hechos, que formar una familia puede ser lo más hermoso cuando se hace bien.

Criemos desde el respeto y no desde el miedo. Demos amor, no solo techo y comida. Hablemos con nuestros hijos, no solo les demos órdenes. Mostremos que el amor no es aguantar sufrimiento, sino construir juntos.

Si queremos que los niños sueñen con tener una familia, tenemos que empezar por cambiar la forma en que conformamos la nuestra. Porque, o reconstruimos la idea de familia, o nos resignamos a que desaparezca.

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