
En el 2024, el Gobierno Nacional celebró con bombos y platillos la entrega de 100 colegios nuevos y 500 sedes educativas mejoradas. La cifra es impresionante: 225.048 estudiantes beneficiados, 1,2 billones de pesos invertidos a través del Fondo de Financiamiento de la Infraestructura Educativa (FFIE). Pero tras el espectáculo de las inauguraciones y los discursos optimistas, hay una pregunta incómoda que pocos se atreven a hacer: ¿estamos mejorando la educación o simplemente levantando más edificios?
Construir colegios es necesario, pero no suficiente. Un aula impecable no corrige la falta de docentes preparados, currículos obsoletos ni la incapacidad de los estudiantes para comprender lo que leen o resolver un problema matemático. Es como pintar la fachada de una casa a punto de derrumbarse: luce bien, pero sigue siendo habitable.
El informe PISA lo confirma: Colombia sigue en el sótano de la educación mundial. Solo el 29% de nuestros estudiantes logra un nivel aceptable en matemáticas, frente al 69% de la OCDE. En lectura y ciencias, el panorama es igual de sombrío. ¿La razón? No es por falta de dinero. En 2024, el presupuesto para educación alcanzó los 70 billones de pesos, pero el 88% se destina a funcionamiento y apenas el 12% a inversión real. ¿Dónde está la transformación educativa?
El verdadero problema no es la cantidad de escuelas, sino lo que pasa dentro de ellas. Docentes desactualizados, estudiantes que memorizan sin comprender, asignaturas fragmentadas sin conexión entre sí. Y lo peor: una educación inicial prácticamente inexistente. Aunque la Ley General de Educación de 1994 desarrolló tres años obligatorios de preescolar, menos del 10% de los niños de cuatro años acceden a ellos. Un país que descuida la educación en la primera infancia está condenado a reproducir la desigualdad.
Petro promete 100 sedes universitarias para 500.000 estudiantes, pero sin educación básica y media de calidad, esas universidades serán fortalezas vacías. No sirve de nada ofrecer educación superior si los jóvenes llegan sin herramientas para aprovecharla.
Si queremos cambiar la educación en Colombia, debemos dejar de contar ladrillos y empezar a contar aprendizajes. Pregúntanos cuántos niños realmente entienden lo que leen, cuántos docentes han recibido formación de calidad, cuántas aulas han logrado innovar en sus métodos.
Porque el futuro no se construye con cemento. Se construye con conocimiento. Y si no lo entendemos ahora, seguiremos inaugurando escuelas mientras enterramos oportunidades.