viernes, 20 de junio del 2025

En las listas nos faltan niños

En Colombia, cada día parece que una parte de nuestra humanidad se pierde entre las cifras. Según datos oficiales, hasta el 15 de diciembre de 2024, 635 menores han desaparecido en lo que va del año. El 80% de ellos tenía entre 11 y 17 años. No estamos hablando de estadísticas frías, estamos hablando de niños que dejaron de llenar las aulas, de risas que se apagaron, de sueños que fueron robados. ¿A dónde dirán “presente” ahora?

Es desgarrador pensar que hemos aprendido a convivir con la ausencia de nuestros niños, que su desaparición se convertirá en un tema más de conversación que pronto se olvida. Mientras unos se quedan en las listas de asistencia, otros pasan a las listas de búsqueda, y nosotros, como sociedad, parecemos incapaces de protegerlos. Es un colmo de nuestra indiferencia, pero también un reflejo de un sistema que ha fallado en lo esencial: garantizar la seguridad y el futuro de nuestros niños.

¿Cómo llegamos aquí? Tal vez sea porque nos hemos acostumbrado a mirar hacia otro lado, a dejar que el ruido de la cotidianidad ahogue la urgencia de sus silencios. Convertir a los niños desaparecidos en números es una forma de invisibilizarlos, de evitar enfrentarnos a la realidad de que, detrás de cada cifra, hay una familia rota, un nombre olvidado, un futuro truncado.

La educación, que debería ser el motor de su esperanza, se convierte en una oportunidad arrebatada. Cada niño ausente en un aula representa no solo un vacío físico, sino también un vacío moral para nosotros como sociedad. ¿Cómo podemos hablar de progreso mientras seguimos perdiendo a nuestros niños?

No podemos seguir permitiendo que los más indefensos sean tratados como mercancía o como piezas descartables. No es normal que desaparezcan sin dejar rastro, no es normal que su seguridad dependa del azar y no de un sistema comprometido. Es hora de exigir respuestas, de pedir acciones contundentes, de dejar claro que no estamos dispuestos a tolerar ni una sola ausencia más.

Proteger a nuestros niños no es una opción, es una obligación. Necesitamos educar con el ejemplo, enseñarles que su vida importa, que su voz será escuchada, que su futuro es prioridad. Pero esa enseñanza comienza en casa, en las escuelas, en las instituciones y, sobre todo, en la voluntad colectiva de no ser indiferentes.

Por cada niño que falta en una lista, debería encenderse una alarma en nuestra conciencia. No podemos esperar que otros resuelvan el problema; Debemos ser parte activa de la solución. No se trata solo de recuperar a los que ya no están, sino de garantizar que ningún niño más sea arrancado de sus sueños y de su derecho a una vida digna.

Hoy, más que nunca, necesitamos ser una sociedad que no naturalice lo inaceptable. Porque en las listas de asistencia de nuestras aulas, nuestros parques y nuestras familias, no puede faltar ninguno.

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