
He tenido la oportunidad de observar cómo la tecnología y, en particular, las redes sociales, influyen profundamente en la vida de niños, niñas y adolescentes. Estos espacios, diseñados para conectar, informar y entretener, también exponen a nuestros jóvenes a una serie de riesgos que no pueden pasarse por alto. Mi compromiso con los derechos de la infancia y la educación me lleva a reflexionar y alertar sobre la necesidad de un uso responsable y consciente de estas plataformas.
Las redes sociales, sin duda, ofrecen oportunidades valiosas: permiten la conexión con familiares y amigos, el acceso a información educativa y la expresión creativa. Sin embargo, el precio que pueden pagar nuestros niños cuando no hay supervisión o límites claros es elevado. Acoso cibernético, exposición a contenidos inapropiados, riesgos para la salud mental y amenazas a su privacidad son solo algunos de los peligros que acechan en el mundo virtual.
Es alarmante que muchos padres y madres subestimen el impacto de estas plataformas en la vida de sus hijos. ¿Cuántos se preguntan realmente si un niño de 10 años necesita un perfil en una red social? ¿Cuántos se toma el tiempo para revisar qué contenido consumen o con quién interactúan? La realidad es que, en muchos casos, las redes sociales se convierten en una especie de “niñera digital”, dejando a los menores a la deriva en un océano lleno de riesgos invisibles.
El acoso cibernético, por ejemplo, ha alcanzado niveles alarmantes, con consecuencias devastadoras que incluyen la depresión e incluso el suicidio. Además, el mal manejo de la privacidad expone a los niños a depredadores y peligros que ellos mismos no pueden dimensionar. La publicación de datos personales, fotos o videos puede parecer inofensiva, pero las repercusiones pueden durar toda la vida.
Como sociedad, es nuestro deber educar tanto a los menores como a sus cuidadores sobre el uso adecuado de estas herramientas. Los padres deben asumir un rol activo, establecer límites y fomentar un diálogo abierto con sus hijos. Al mismo tiempo, las instituciones educativas y los legisladores tienen la responsabilidad de trabajar en políticas que regulan el acceso y uso de las redes sociales para proteger a nuestra infancia.
El desafío está en encontrar un equilibrio entre las ventajas y los peligros de las redes sociales. No se trata de demonizarlas, sino de usarlas con responsabilidad. Como docente, me esfuerzo por enseñar a mis estudiantes sobre los riesgos mundo digital.
Esta columna no solo es una reflexión, es un llamado. Es hora de que todos, desde nuestras distintas esferas de influencia, hagamos nuestra parte para garantizar que la infancia crezca en un entorno seguro, tanto físico como digital. Porque proteger a nuestros niños y niñas es, sin lugar a dudas, proteger el futuro.